(NAP) Las fluctuaciones de precios son una característica habitual y un requisito necesario para el funcionamiento de los mercados. Los últimos episodios de volatilidad extrema de los precios en los mercados agrícolas mundiales presagian mayores y más frecuentes amenazas a la seguridad alimentaria mundial.
Para reducir la vulnerabilidad de los países, las políticas deberían equiparlos para que puedan hacer frente a los efectos adversos de una volatilidad extrema, y mejorar el funcionamiento del mercado, indicó un trabajo publicado por la FAO.
La volatilidad describe cuánto cambia un valor a lo largo del tiempo y a qué velocidad, por ejemplo el precio de un producto básico.
En teoría económica, la volatilidad implica dos conceptos fundamentales: variabilidad y la incertidumbre; el primero describe la variación total mientras que el segundo hace referencia a las fluctuaciones impredecibles.
Las fluctuaciones de precios son una característica habitual y un requisito necesario para el funcionamiento de los mercados competitivos.
La esencia del sistema de precios consiste en que la escasez de un producto básico motiva un incremento de su precio, dando lugar al mismo tiempo a una reducción del consumo y a un aumento de la inversión.
Sin embargo, la eficiencia del sistema de precios comienza a verse afectada cuando las variaciones en los precios son cada vez más inciertas y están sujetas a vaivenes extremos durante un periodo de tiempo prolongado.
Históricamente, los episodios de volatilidad extrema en los mercados de productos agrícolas han sido poco frecuentes.
Estableciendo una analogía con los desastres naturales, éstos tienen poca probabilidad de ocurrir pero conllevan riesgos extremadamente elevados y costes potenciales para la sociedad.
Existe un consenso creciente de que el sistema alimentario mundial se hace más vulnerable y de que es más susceptible a los episodios extremos de volatilidad de precios. Dado que los mercados están cada vez más integrados en la economía mundial, las perturbaciones en el escenario internacional pueden producirse y propagarse a los mercados nacionales de forma mucho más rápida que antes.
La creciente vulnerabilidad está siendo ocasionada por un aumento aparente de los fenómenos meteorológicos extremos y por una mayor dependencia en zonas exportadoras nuevas donde las cosechas dependen de los caprichos del tiempo; una mayor dependencia en el comercio internacional para satisfacer las necesidades alimentarias, a costa de acumular existencias; una demanda creciente por productos alimentarios de otros sectores, especialmente del energético; y una mayor influencia de factores macroeconómicos, incluyendo la volatilidad de los tipos de cambio y modificaciones de las políticas monetarias.
Las empresas financieras están invirtiendo cada vez más en mercados derivados de productos básicos en su cartera de riesgos, ya que los beneficios de este sector parecen no estar relacionados con los de otros activos. Si bien generalmente no se considera a esta “financialización de los productos básicos” como el origen de las fluctuaciones de los precios, los datos sugieren que las transacciones en el mercado de futuros han podido aumentar la volatilidad a corto plazo.
La extrema volatilidad de precios tiene un coste, ya que los actores del mercado tendrán dificultades para planificar y adaptarse a sus señales fluctuantes.
A medida que los cambios impredecibles, o “shocks”, sobrepasen un tamaño crítico determinado y se mantengan a esos niveles, es probable que las medidas políticas y mecanismos de defensa tradicionales fallen.
Los episodios de volatilidad extrema –en particular los incrementos de los precios elevados e inesperados– son una amenaza importante para la seguridad alimentaria en los países en desarrollo. Su impacto es mayor en los pobres, que llegan a gastar hasta un 70 por ciento de sus ingresos en alimentos.
La falta de diversificación alimentaria agrava el problema, ya que los aumentos de precios de un alimento básico no se pueden contrarrestar fácilmente con la sustitución por otros alimentos.
Con respecto a los agricultores, quienes dependen en gran medida de los productos básicos para sus medios de vida, la volatilidad extrema puede dar lugar a una notable fluctuación de sus ingresos. Ellos cuentan con pocos recursos para contrarrestarlos, tales como ahorros y seguros.
El retraso entre las decisiones de producción y la producción real genera riesgos adicionales, ya que los campesinos basan su inversión y planificación en los precios previstos en el futuro.
La coherencia y la coordinación son clave
Las intervenciones políticas en episodios pasados de volatilidad extrema han frecuentemente fallado, debido a que las restricciones presupuestarias y el incremento de los precios fueron de tal magnitud que imposibilitaron estabilizar los precios en forma significativa. Consecuentemente, las intervenciones se han realizado a corto plazo, limitadas a nivel micro, como subvenciones dirigidas a los consumidores y programas de redes de seguridad, o han sido incluso contraproducentes, como las restricciones a las exportaciones que aumentaron la incertidumbre y debilitaron el papel del comercio. Muchos países también intentaron utilizar las
reservas alimentarias para neutralizar la volatilidad, pero se ha demostrado qué estas son inmanejables, caras e ineficaces, especialmente si las perturbaciones se prolongan durante largos periodos de tiempo.
En lugar de adoptar medidas aisladas, las autoridades deberían mejorar la coherencia y la coordinación en sus respuestas normativas. Éstas deben brindar mayor certeza de que existe un acceso libre a los suministros mundiales, y una mayor confianza y transparencia en el funcionamiento de los mercados, en especial en las bolsas de los productos básicos. Un mejor sistema mundial de vigilancia de la disponibilidad de exportaciones y de la demanda de importaciones, ayudaría a atenuar la incertidumbre y permitiría que los países se equiparan mejor antes de verse afectados de lleno por las crisis. Estas medidas también ayudarían a estabilizar el mercado.
Además, las reformas de instrumentos ya existentes, como lo son el Servicio de Financiamiento Compensatorio y el Servicio para Shocks Exógenos del Fondo Monetario Internacional, podrían ayudar a los países vulnerables en épocas de crisis, proporcionándoles redes mundiales de seguridad.
Es preciso que estos instrumentos actúen ex–ante, proporcionando financiación para las importaciones o garantías, ya sea con condiciones mínimas o en forma incondicional, que alivien la carga crediticia o limitante de divisas.
En crisis anteriores, estos factores han afectado a la posibilidad de que algunos países puedan satisfacer sus necesidades alimentarias.
Las redes de seguridad a nivel internacional no son la única opción. Los países necesitan adoptar nuevas medidas o reforzar las ya existentes para proteger a los más vulnerables, incluyendo reservas alimentarias de emergencia.
Estas reservas no deberían intentar combatir la volatilidad, sino mitigar sus consecuencias proporcionando a los pobres un acceso directo a los alimentos.
A largo plazo, los países pueden reducir su vulnerabilidad aumentando la productividad agrícola de aquellos cultivos que demuestren ser a la vez competitivos y sostenibles, así como fomentando la diversidad alimentaria
Para reducir la vulnerabilidad de los países, las políticas deberían equiparlos para que puedan hacer frente a los efectos adversos de una volatilidad extrema, y mejorar el funcionamiento del mercado, indicó un trabajo publicado por la FAO.
La volatilidad describe cuánto cambia un valor a lo largo del tiempo y a qué velocidad, por ejemplo el precio de un producto básico.
En teoría económica, la volatilidad implica dos conceptos fundamentales: variabilidad y la incertidumbre; el primero describe la variación total mientras que el segundo hace referencia a las fluctuaciones impredecibles.
Las fluctuaciones de precios son una característica habitual y un requisito necesario para el funcionamiento de los mercados competitivos.
La esencia del sistema de precios consiste en que la escasez de un producto básico motiva un incremento de su precio, dando lugar al mismo tiempo a una reducción del consumo y a un aumento de la inversión.
Sin embargo, la eficiencia del sistema de precios comienza a verse afectada cuando las variaciones en los precios son cada vez más inciertas y están sujetas a vaivenes extremos durante un periodo de tiempo prolongado.
Históricamente, los episodios de volatilidad extrema en los mercados de productos agrícolas han sido poco frecuentes.
Estableciendo una analogía con los desastres naturales, éstos tienen poca probabilidad de ocurrir pero conllevan riesgos extremadamente elevados y costes potenciales para la sociedad.
Existe un consenso creciente de que el sistema alimentario mundial se hace más vulnerable y de que es más susceptible a los episodios extremos de volatilidad de precios. Dado que los mercados están cada vez más integrados en la economía mundial, las perturbaciones en el escenario internacional pueden producirse y propagarse a los mercados nacionales de forma mucho más rápida que antes.
La creciente vulnerabilidad está siendo ocasionada por un aumento aparente de los fenómenos meteorológicos extremos y por una mayor dependencia en zonas exportadoras nuevas donde las cosechas dependen de los caprichos del tiempo; una mayor dependencia en el comercio internacional para satisfacer las necesidades alimentarias, a costa de acumular existencias; una demanda creciente por productos alimentarios de otros sectores, especialmente del energético; y una mayor influencia de factores macroeconómicos, incluyendo la volatilidad de los tipos de cambio y modificaciones de las políticas monetarias.
Las empresas financieras están invirtiendo cada vez más en mercados derivados de productos básicos en su cartera de riesgos, ya que los beneficios de este sector parecen no estar relacionados con los de otros activos. Si bien generalmente no se considera a esta “financialización de los productos básicos” como el origen de las fluctuaciones de los precios, los datos sugieren que las transacciones en el mercado de futuros han podido aumentar la volatilidad a corto plazo.
La extrema volatilidad de precios tiene un coste, ya que los actores del mercado tendrán dificultades para planificar y adaptarse a sus señales fluctuantes.
A medida que los cambios impredecibles, o “shocks”, sobrepasen un tamaño crítico determinado y se mantengan a esos niveles, es probable que las medidas políticas y mecanismos de defensa tradicionales fallen.
Los episodios de volatilidad extrema –en particular los incrementos de los precios elevados e inesperados– son una amenaza importante para la seguridad alimentaria en los países en desarrollo. Su impacto es mayor en los pobres, que llegan a gastar hasta un 70 por ciento de sus ingresos en alimentos.
La falta de diversificación alimentaria agrava el problema, ya que los aumentos de precios de un alimento básico no se pueden contrarrestar fácilmente con la sustitución por otros alimentos.
Con respecto a los agricultores, quienes dependen en gran medida de los productos básicos para sus medios de vida, la volatilidad extrema puede dar lugar a una notable fluctuación de sus ingresos. Ellos cuentan con pocos recursos para contrarrestarlos, tales como ahorros y seguros.
El retraso entre las decisiones de producción y la producción real genera riesgos adicionales, ya que los campesinos basan su inversión y planificación en los precios previstos en el futuro.
La coherencia y la coordinación son clave
Las intervenciones políticas en episodios pasados de volatilidad extrema han frecuentemente fallado, debido a que las restricciones presupuestarias y el incremento de los precios fueron de tal magnitud que imposibilitaron estabilizar los precios en forma significativa. Consecuentemente, las intervenciones se han realizado a corto plazo, limitadas a nivel micro, como subvenciones dirigidas a los consumidores y programas de redes de seguridad, o han sido incluso contraproducentes, como las restricciones a las exportaciones que aumentaron la incertidumbre y debilitaron el papel del comercio. Muchos países también intentaron utilizar las
reservas alimentarias para neutralizar la volatilidad, pero se ha demostrado qué estas son inmanejables, caras e ineficaces, especialmente si las perturbaciones se prolongan durante largos periodos de tiempo.
En lugar de adoptar medidas aisladas, las autoridades deberían mejorar la coherencia y la coordinación en sus respuestas normativas. Éstas deben brindar mayor certeza de que existe un acceso libre a los suministros mundiales, y una mayor confianza y transparencia en el funcionamiento de los mercados, en especial en las bolsas de los productos básicos. Un mejor sistema mundial de vigilancia de la disponibilidad de exportaciones y de la demanda de importaciones, ayudaría a atenuar la incertidumbre y permitiría que los países se equiparan mejor antes de verse afectados de lleno por las crisis. Estas medidas también ayudarían a estabilizar el mercado.
Además, las reformas de instrumentos ya existentes, como lo son el Servicio de Financiamiento Compensatorio y el Servicio para Shocks Exógenos del Fondo Monetario Internacional, podrían ayudar a los países vulnerables en épocas de crisis, proporcionándoles redes mundiales de seguridad.
Es preciso que estos instrumentos actúen ex–ante, proporcionando financiación para las importaciones o garantías, ya sea con condiciones mínimas o en forma incondicional, que alivien la carga crediticia o limitante de divisas.
En crisis anteriores, estos factores han afectado a la posibilidad de que algunos países puedan satisfacer sus necesidades alimentarias.
Las redes de seguridad a nivel internacional no son la única opción. Los países necesitan adoptar nuevas medidas o reforzar las ya existentes para proteger a los más vulnerables, incluyendo reservas alimentarias de emergencia.
Estas reservas no deberían intentar combatir la volatilidad, sino mitigar sus consecuencias proporcionando a los pobres un acceso directo a los alimentos.
A largo plazo, los países pueden reducir su vulnerabilidad aumentando la productividad agrícola de aquellos cultivos que demuestren ser a la vez competitivos y sostenibles, así como fomentando la diversidad alimentaria
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